Biología sonora
Nuestra respiración es rítmica; a menos que estemos corriendo o acostados, normalmente hacemos entre 25 y 35 respiraciones por minuto. Una respiración más profunda y de ritmo más lento es óptima, ya que ayuda a controlar las emociones, favorece la calma, el pensamiento más profundo y mejora el metabolismo. La respiración superficial y rápida puede inducir una forma de pensar dispersa, un comportamiento impulsivo y la tendencia a cometer errores y a sufrir accidentes.

Los latidos del corazón humano están particularmente sintonizados con el sonido y la música. El ritmo cardiaco reacciona a variables musicales como la frecuencia, tempo y volumen, y tiende a acelerarse o hacerse más lento para ir al compás de la velocidad de la música. Cuanto más rápida es ésta, más rápido será el ritmo cardiaco; cuanto más lenta la música, más lento latirá el corazón, todo dentro de una gama moderada. Como ocurre con el ritmo respiratorio, un ritmo cardiaco más lento genera menos tensión física y estrés, tranquiliza la mente y ayuda al cuerpo a curarse. La música es una pacificadora natural.
Las endorfinas, que son los opiáceos propios del cerebro, han sido tema de mucha investigación médica en este último tiempo, y varios estudios recientes indican que son capaces de disminuir el dolor e inducir una «euforia natural». En el Centro de Investigación de la Adicción de Stanford (California), el científico Avram Goldstein comprobó que la mitad de las personas estudiadas experimentaba euforia mientras escuchaba música. Las sustancias químicas sanadoras generadas por la alegría y riqueza emocional de los sonidos capacitan al cuerpo para producir sus propios anestésicos y mejorar la actividad inmunitaria.

Anestesiólogos informan que el nivel de hormonas del estrés en la sangre baja de forma importante en las personas que escuchan música ambiental relajadora, y en algunos casos eliminan la necesidad de medicamentos. Entre estas hormonas están la adrenocorticotrópica, la proláctica y la hormona del crecimiento humano.
El Journal of the American Medical Association publicó los resultados de un estudio de terapia musical realizado en Austin (Texas) en 1996. En este estudio se comprobó que la mitad de las embarazadas que escuchaban música durante el parto no necesitaban anestesia. «La estimulación de la música aumenta la liberación de endorfinas, y esto disminuye la necesidad de medicamentos. También es un medio para distraerse del dolor y aliviar la ansiedad», explicó uno de los investigadores.
En resumen, además de contrarrestar el estrés y el dolor, las euforias naturales producidas por el sonido podrían elevar el nivel de linfocitos T, los que estimulan la inmunidad natural a la enfermedad. El sida, la leucemia, el herpes, la mononucleosis, el sarampión y otros trastornos van acompañados por una disminución de linfocitos T. La capacidad de la música para regular los niveles de endorfinas en la sangre promete futuras aplicaciones de mucho alcance en la curación.
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